“Para
tener enemigos no hace falta declarar una guerra; sólo basta decir lo que se
piensa”. Ya lo decía Luther King.
Una realidad simple que tenemos a la orden el día y tal
parece que es un delito penado por un conjunto social.
Somos seres libres e independientes y eso trae consigo
ciertos privilegios, uno de ellos y el más importante es la libertad de
expresión, un derecho humano que nos permite pensar, investigar, recibir
informaciones y difundirlas, sin limitación de fronteras y por cualquier medio
de expresión.
Una persona que manifiesta lo que piensa, es alguien que
toma las riendas de su vida y que respeta su esencia. Es incapaz de depender de
nadie y es responsable de sus actos, así
evita quejarse sin remedio para lograr alcanzar sus objetivos.
Todas las personas que alcanzan la independencia
especulativa son más cosmopolitas. Son seres que han enterrado el miedo en un cajón
oscuro del que es imposible salir.
La valentía expresiva tiene un valor incalculable, y es
un don aséptico que valoriza a las personas.
Todavía hoy en día, teniendo este derecho, hay algunos
que creen más en la fuerza que en las ideas y atacan a los que quieren contarle
a los demás sus puntos de vista. Es decir, coartan esta libertad para salir
beneficiados.
Y cuando hablo de beneficio, sólo viene a mi mente una
serie de individuos. Entre ellos puedo destacar a los corruptos y a los amigos
de la fuerza.
A ellos no les interesa que la sociedad esté bien
informada ni sea consciente de lo que pasa a su alrededor.
Pero tenemos ese derecho que no puede ser arrebatado por
unos pocos.
Una ciudadanía despierta no es engañada, por lo tanto, es
fundamental que se exprese.
La lucha verbal,
ayuda a la población ciega.
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